Honestamente, yo no sé qué es el
talento. Me refiero a ese mantra que desde hace ya mucho tiempo resuena en
todos los departamentos de recursos humanos de todas las organizaciones y va
generando eco por aquí, por allá, por todos los rincones. Pero quiero creer (¡necesito
creer!) que todos tenemos uno. Incluso habrá personas que, tocadas por los
dioses, acumulen dos… o ¡incluso más! Afortunadas ellas si son talentos para el
bien, que no falta tampoco talento para el mal. Bromas aparte, supongo que es
cuestión de dar con ello y explotarlo. De buscarlo, perseguirlo, dar con ello
y, entonces, explotarlo (1). Explotarlo nosotros. Para ello es
necesario que permanezca con nosotros.
Repito, no sé qué es ese talento
del que tanto se habla (¿no era una moneda griega o romana?, ¿estamos hablando
de dinero?). Lo que sí sé, desde mi lógica subjetividad, es reconocer en mi
entorno quién “jugaría siempre en mi equipo”. Y quién no. Y también sé valorar
la pérdida que supone, o no, para la empresa la marcha de algunos de ellos. Es
ley de vida (y del mercado, seguro que también) y como tal lo vivimos y
aceptamos. Pero, eso sí, hagamos todo lo que esté en nuestra mano para tratar
de conservar a los que nos interesan, aquellos por los que hemos apostado y, ¡no
digamos ya!, aquellos que vienen despuntado. No sé muy bien cómo se hace, no soy
experto en ese campo pero siempre me ha parecido que se puede actuar como
refleja el gráfico.
(1) Me ha sugerido la Rima VII de G.A. Bécquer:
Del salón en
el ángulo oscuro,
de su dueño
tal vez olvidada,
silenciosa y
cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota
dormía en sus cuerdas,
como el
pájaro duerme en las ramas,
esperando la
mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! -pensé-.
¡Cuántas veces el genio
así duerme en
el fondo del alma,
y una voz,
como Lázaro, espera
que le diga:
«Levántate y anda!»